Vino al mundo acunada por los brazos de una mentira. Nació desnuda de esperanza y vestida de lágrimas, de ira. Su carita de ángel y sus manos diminutas no lograron retener el amor de la que había compartido con ella aquellos largos minutos del parto y nueve meses de engaño, y con la que ahora compartía un bello rostro, un corazón vacío, una desatada pasión y quizás también, la sabiduría que te regala la vida con el paso del tiempo, de los años.
Fue princesa de su propio reino en su infancia, y reina de los corazones de aquéllos que en un día cualquiera de junio, o de mayo, recibieron el título de padres y un bebé que, sin ser hermoso, era capaz de hablar con la mirada y mentir sin necesidad de palabras.
Creció enamorada de la poesía, de la música, de la vida y, sin darse cuenta, se convirtió en mujer y entregó su corazón de niña a aquél que había de convertirse en huésped eterno de su alma, en ladrón de su inocencia, en alboroto de su calma.
Fue ella quien me enseñó a soñar, a rendirme a la pasión, a amar; fue ella quien, una noche, cuando no era yo mismo sino príncipe del castillo de mi deseos, cogió de la mano a mi alma y le enseñó que no vive aquél que respira, corre, habla...sino quien con su corazón, con su cuerpo y con su alma, sobre todo, AMA
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