Su rostro era lánguido, triste, bello...Podía su mirada transportarte al mágico mundo de los sueños, su expresión convertirte en cómplice secreto de sus anhelos, su sonrisa, quizás engañarte, porque su sonrisa era un espejismo, y en su dolor, del azabache de sus ojos, firme aliada.
Su cuerpo era frágil y, a la vez, un muro infranqueable de tristeza, amor y desengaño. Las sinuosas curvas de su perfección invitaban a la pasión, a la lujuria pero, sin duda, ésta había provocado que más de una lágrima se deslizara por su pálido rostro ¿o quizás el culpable había sido el loco amor que no conoce mesura, ni límite y nubla el entendimiento y la razón?
Me gustaba la belleza de sus largos cabellos oscuros, ensortijados, firmes lianas que no sostenían esperanza sino sueños rotos y quizás también algún miedo, y la derrota conseguida en alguna batalla.
Todo junto y, a la vez, formaba un aquél maravilloso, delicado y, sobre todo, bello. No invitaba su languidez al desasosiego sino a abrir los brazos para abrazar a la vida; a abrir el corazón para, al mismo tiempo, encerrar en él dulcemente al ser amado; a abrir los ojos para descubrir que todas las cosas, aunque no lo parezcan, en el fondo tienen su magia, su encanto.
Así te imaginaba y,aunque no seas cierta, seguirás viviendo tan bella, tan buena, en lo más profundo de mi alma